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¿PRESENCIALIDAD o VIRTUALIDAD?: el falso dilema de la época

Mar 14, 2022 home
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Estamos transitando épocas donde las crisis se renuevan de manera continua,  haciendo que la conocida expresión “lo único permanente es el cambio”, nacida a finales del siglo XX, tome una dinámica muy particular con consecuencias funcionales y emocionales de alto impacto en la calidad de vida de la humanidad toda. La pandemia generada por los Corona Virus está haciendo focalizar la atención casi exclusivamente en superar esta situaciónde impacto mundial,dejando ocultas las consecuencias que está dejando el abusivo incremento del uso de la tecnología, producida desde los abruptos cambios conductuales en las obligadas cuarentenas. 

El desarrollo exponencial de plataformas de comunicación virtual, las redes sociales, el auge del home working y los nuevos hábitos que nos fueron transformando en celular-dependientes  han generado un renovado contexto con fuerte impacto en la creación de vínculos relacionales. De pronto se resignificaron palabras de alta valoración emocional como “amigo”, cuya significación quedó apareada con la simple palabra “contacto”. La vana competencia para acumular más “likes” en la ilusión narcisista de lograr así más “influencia” y aceptación de otros  vacía de contenido emocional a los vínculos que necesita un ser humano para desarrollarse como persona, según la interpretación que propone el Programa del Devenir (Heráclito) y la Filosofía del Lenguaje (Austin – Serle – Wittgenstein – Heiddegger – Nietzche – Maturana – Echeverría). Según esta mirada filosófica, el ser humano deja de ser un “individuo” (del latín indivisus: indivisible) para convertirse en un ser relacional, “es en el otro, en la relación”. Por lo tanto, la capacidad de generar, mantener y mejorar sus relaciones con otros hace al crecimiento del ser humano, a su desarrollo y rediseño personal.

Y es aquí donde comienza a gestarse un falso dilema, del mismo modo que cientos de dilemas que van surgiendo en un mundo que se hace cada vez más “binario”, más “blanco ó negro”, donde las opciones parecería que se reducen a elegir sólo una, en desmedro de la otra. La que nos lleva a la reflexión en el presente artículo es la que busca comparar la presencialidad y la virtualidad en el propósito de elegir cuál es “mejor” para así decidir cuál de ellas adoptar. Por si faltara algo más para confundir este pretendido “dilema”, desde 2017 se incorporan a los diccionarios de las lenguas española e inglesa un término nacido como consecuencia del extraordinario poder de difusión de la tecnología y su influencia sobre las creencias del ser humano: la posverdad.

Posverdad (según RAE):  Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.

Posverdad (según Oxford Languages): Información o afirmación en la que los datos objetivos tienen menos importancia para el público que las opiniones y emociones que suscita. 

La ilusión de verdad se prefiere a los hechos, las historias incomprobables que saturan el tráfico de redes sociales, la multiplicidad de intereses contrapuestos van alimentando la puja entre opciones de los falsos dilemas.

¿Cómo será el mundo post pandemia? ¿el trabajo y la educación seguirán siendo presenciales o la gran facilidad de comunicarse virtualmente harán que se transformen hacia la virtualidad?. Decenas de artículos de supuestos especialistas imaginan un mundo futuro donde parecería que las personas sólo se relacionarán con  dispositivos electrónicos que mediarán en las relaciones personales y laborales. Ya es observable la creciente dependencia de nuestros niños y adolescentes que muestran preferencia en relacionarse con otros a través de sus celulares. La facilidad de expansión de contactos de las redes sociales, la sencillez de conversar individual o grupalmente a través de plataformas y aplicaciones, la reducción de costos en las transacciones laborales o educacionales empujan a la resolución del falso dilema.

En este propósito, ¿acaso se observa el impacto sobre la calidad de los vínculos? ¿Estamos distinguiendo la creciente “alienación” de ir adormeciendo la capacidad de relacionarnos con otro? ¿estamos privilegiando el compromiso económico al de la calidad educativa y relacional en el ámbito laboral?

La presencialidad no sólo refiere a la presencia física en el trabajo o en el ámbito educativo, como el mero hecho de asistir a un espacio común. Implica estar presente a la experiencia relacional tanto en el habla y la escucha (lenguaje), como también en los otros dominios que conforman la coherencia del ser humano: su emocionalidad y su corporalidad. En 1967, el psicólogo iraní Albert Mehabián desarrolló los estudios mundialmente conocidos y aun sumamente vigentes que concluyeron en la regla 7-38-55 de eficiencia de la comunicación: 7% comunicación verbal – 38% tono, frecuencia, volumen de la voz – 55% comunicación no verbal: gestos, disposición del cuerpo, actitud corporal. La experiencia del encuentro de las personas pone en juego mucho más que palabras transmitidas a través de un medio electrónico.

Nos dice Eckhart Tolle, pensador alemán: “No es lo que crees que es!, no puedes pensar en la presencia y la mente no puede entenderla. Entender la presencia es estar presente”.

La presencialidad es una experiencia y como tal solo puede vivirse. No es explicable sino a través de juicios que refieren a la experiencia ya vivida. ¿Acaso alguien puede encerrar en palabras las experiencias relacionales más significativas de la vida?: el nacimiento de un hijo/a, el abrazo con alguien a quien amas, el hacer el amor, el primer encuentro con tu pareja, esa noche observando las estrellas, la magnificencia de tu encuentro con la naturaleza, el descubrir algo nuevo, el aprendizaje, el escuchar un “te quiero abuelo/a”. Tanto la educación como el trabajo, además, reconocen comunidades de compañeros/as, verdaderas fuentes de desarrollo relacional, manantiales de diversidad emocional ante la inconmensurable cantidad de vivencias y circunstancias que trae el fluir del vivir.

El dilema es absolutamente falso pues no es una opción o la otra. Ambas opciones son necesarias para diferentes aspectos de la vida. La presencialidad como facilitadora del compromiso primario de un ser humano: SER. La virtualidad como facilitadora de una opción comunicacional de alcance operacional, el HACER. La presencialidad no será sustituible ante la necesidad del ser humano de SER en el otro en cuanto a la experiencia vital del encuentro, el fundirse en el compartir emocional, la co creación del vínculo y el compromiso de construir futuros que alimentarán el vivir de cada uno. Finalmente, el ser humano es un ser espiritual y, al decir de Abraham Maslow, lo define una necesidad elevada de trascender, identificando de una manera u otra la importancia de sostener la creencia de una  presencia divina y permanente de una energía creadora que manifieste la vulnerabilidad reconocida de todo ser humano. Nadie podría plantearse sustituir la elevación de una plegaria con una desarrollada conferencia por Zoom.